jueves, 21 de abril de 2016 in

El lio de “en un lugar de la Mancha”





El lio de “en un lugar de la Mancha”

“Y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba; y hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del puerto Lápice, porque allí decía Don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero”. (El Quijote, capitulo octavo)

Los viajeros antes de emprender ese su viaje conmemorativo del 400 aniversario del nacimiento de Don Miguel de Cervantes y Saavedra quieren dejar muy claro, desde el principio, que no inician este viaje con la intención de averiguar ese lugar de la Mancha del que él no quiso acordarse y lo hacemos así para no enmendarlo, si él lo omitió, su razón tendría.  Y así lo dejó escrito en el capítulo 74 de la segunda parte: “Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero”. Así que ya lo saben: a seguir contendiendo para ahijársele y tenerlo como suyo. Nosotros, de momento, intentaremos pertrecharnos de todo lo que rodea este año cervantino, celebrar los cuatro siglos de la aparición de la segunda parte del Quijote y hartarnos de buenos pretextos para echarnos, próximamente, a la carretera, recorrer sus campos, pueblos, ventas y lugares para, con el libro entre las manos, embriagarnos de sereno gozo. No podrá ser, son los tiempos, pero ya nos hubiera gustado para embelesarnos realizar la ruta en compañía de Don Quijote y su inseparable y sagaz escudero Sancho, ducho en el arte de beber, para comprobar y tratar de enmendarles la plana que los gigantes son gigantes y los molinos, molinos. Nos acompañarán unos pocos vestidos, no serán necesarios demasiados, aquí ya comienza a subir la temperatura; un sombrero de paja, por aquello del sol manchego; unas buenas zapatillas de cáñamo, de las de toda la vida y artesanadas por los alpargateros de Cervera del Río Alhama; dos cámaras fotográficas una analógica, por aquello del disfrute antiguo, y otra digital para acomodar todo lo que deseemos fotografiar a los nuevos tiempos tecnológicos y, ya saben, también nos acompañará la última edición del Quijote. Ésta sin comentar, los comentarios y ocurrencias las iremos agregando nosotros.

Al llegar a este punto y cuando los viajeros se adentren en la profundidad de esta     llanura grandiosa de La Mancha, Castilla es ancha, pero sobre todo es honda, tratarán de improvisar la primera frase del libro más grande que vieron los siglos: “En un lugar de la Mancha llamado...”. E intuyendo que en los puntos suspensivos Cervantes pudo escribir Quero. O Argamasilla de Alba. O Alcázar de San Juan. O Tomelloso. O Criptana. O El Toboso. O Villanueva de los Infantes. O Mota del Cuervo. O Puerto Lápice. O cualquiera de los pueblos que en este año del cuatricentenario se siguen disputando el honor de ser “aquel lugar de la Mancha”. Esto, aunque en la imaginación de los viajeros sea, no ocurrirá. Los viajeros no han llegado hasta aquí a resolver enigmas ni a tratar de cambiar la magia de esas primeras líneas. Aunque los viajeros saben que Quero, Argamasilla, Mota del Cuervo, Villanueva de los Infantes y…están pugnando por ser aquel “lugar de la Mancha”. ¡Por favor, no contiendan, dejen sin desfacer el entuerto.

Centrados los lugares geográficamente, comenzaremos la ruta, no por otra cosa, sino por la comparanza entre molinos, desde el Molino de Quintín, aquí en la región de Murcia, a la orilla del Mar Menor. Lo haremos después de habernos ilustrado y enterado hace unas semanas que Cervantes, posiblemente, según José Mª Pozuelo Yvancos, catedrático de teoría de la Literatura de la Universidad de Murcia, estuviese tres veces en la Región de Murcia. “Sabemos que hasta Cartagena se acercó en dos ocasiones, en 1568 y 1581, siendo seguro que también estuvo en Alguazas teniendo que ver aquí con Preciosa, el personaje protagonista de su novela “La Gitanilla”, y también con la Carducha, su contralugar, que era otra chica de Alguazas y que en la obra sale peor parada”. 
 

Aunque, según señala Pozuelo “el lugar que más fuertemente vincula a Cervantes con Murcia es su morisco Ricote, memorable personaje del “Quijote”. Al que dedica largas líneas en los capítulos LIV, LXIII y LXV. Tanto es así que en el capítulo LIV se narra el emocionado encuentro de Sancho con Ricote, el morisco tendero de su lugar, que vuelve a su aldea de incógnito, disfrazado, por no poder hacerlo tras haber sido expulsado y vivir un tiempo en Francia y finalmente en Alemania, donde había recalado. Es de suponer que fue la expulsión de los moriscos del valle de Ricote la que espoleó a Cervantes para traer un asunto de calado histórico a su obra”.

Desde aquí nos trasladaremos directamente, y según la tradición viajera azoriniana, hasta Puerto Lápice y sus ventas y después de haber descansado y gozado de su cocina de gachas, olla podrida, -“…que mientras más podridas son, mejor huelen y en ellas  puede embaular y encerrar todo lo que en el quisiere, como sea de comer, que yo se lo agradeceré y se lo pagaré algún día"-, duelos y quebrantos, salpicón y “algún palomino de añadidura los domingos”, iniciar la ruta y seguir hasta Argamasilla de Alba, donde la tradición sitúa el lugar donde Cervantes empezó su obra maestra. Todo muy quijotesco que nos conducirá hasta la cueva de Medrano, prisión donde dicen que Cervantes soñó el libro. Y de allí hasta La Mancha húmeda del Guadiana y sus lagunas de Ruidera. Y adentrarnos en los rojizos llanos campos que, observando sus tombos y majanos, nos llevarán, de nuevo la comparación, a recordar los guardaviñas riojanos. Intentaremos llegar a Tomelloso, ciudad, nos dicen, que sale a tinaja por habitante. 

Y una vez restauradas las heridas, si las hubiere, directos a El Toboso, Campo de Criptana, Alcázar de San Juan para conocer esas maquinarias de la molienda, que ya no muelen nada. Y es posible que, desde aquí, nos acerquemos hasta Villarrobledo para tomar nota del lugar donde algún místico alfarero crea y todavía cuece esas gigantescas tinajas de barro. Y si no hay desfallecimiento y nos aprieta el hambre acercarnos a reponer fuerzas hasta la capital del ajo morado. 

Y de aquí, cruzando ese mar de cepas en tierras de secano, hasta la población más típicamente manchega: Campo de Criptana.  Y todo este recorrido lo haremos, aunque llueva. Será bueno empaparnos, en medio de esos secarrales, bajo esos cielos grisáceos que muy a menudo son azules y esos atardeceres de incendio. Nos gustará, seguro que nos gustará y hasta es posible que nos deleite el viaje esa canción, vieja canción con mensaje: “Es tiempo de vivir/ y de soñar y de creer/ que tiene que llover/ tiene que llover/ tiene que llover…/a cántaros”. Todo será bueno, seguro que será bueno, como sus molinos, quesos, vinos y “aquel plato de perdices que están allí asadas y, a mi parecer, bien sazonadas no me harán algún daño”, -(2-47)-. Contar y no parar. Vale. 

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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