martes, 30 de diciembre de 2014 in

Galeras para crema






 Galeras para crema

Y como quiera que ya hayan elegido para su cena navideña entre esas pulardas, capones, faisanes, pavos, pintadas, pollos o pollitas de corral, pichones, perdices y becadas, que la semana pasada esta Medusa les aconsejaba, hoy, ya en las vísperas de esa dichosa y llena de jolgorio y algarabía cena de Nochevieja, vengo a proponerles una crema que me describió uno de esos mis queridos pescadores del Mar Menor que, además de faenar buen pescado, saben cocinarlo, tomarse un tiento de vino o cerveza en amena cháchara, conversando junto a uno en ese bar-restaurante-cantina del pescador, allí junto a su lonja de Lo Pagán. 

Estos pescadores pinatarenses son mágicos, es un placer escucharlos en su castellano-murciano y es como de alta cocina adentrarse en su mundo, en el que la magia no nos impide atender a necesidades prosaicas como el caldo recetado,  que me condujo en una mañana de veroño hacia mesas soñadas, sobre todo entre su mundillo de aparejos con olor a sudor de mar y de sal. Son, además de pescadores, como pequeños Merlines traspasados de Cunqueiro, metidos a dialogantes-escritores-narradores-descriptores mágicos como esta receta descrita que casi se le salen los humos del vapor por los papeles. Son los pescadores, son los Merlínes del mar. Es la gastronomía, su gastronomía, nuestra gastronomía, que aquí queda como si fuese ese prosaico caldo, a fuer de contundente, un moje para un menú completo… y, además, muy pesquero. 

En las últimas mañanas, hace unos días, de mi estancia en el Mar Menor, observé en la lonja de Lo Pagán, y a muy buen precio (a siete cincuenta el kilo), unas galeras vivas, y digo bien, moviéndose. ¡¡¡Del Mediterráneo!!!, me pregonó, terminada la subasta, ese pescador entrado en años, todavía sin quitarse su verde plastificado delantal, al mismo tiempo que me recomendaba: “dudo que haya mejor, ni más apropiado marisco para una crema delicadísima. Pídale a su pescadero, amén del kilo de galeras, que usted ve, para seis raciones, algunas espinas de pescado, lo que nosotros llamamos “morralla”. Con éstas, y después de bien lavadas en agua fría, perpetre un elemental fumet cociendo junto a ellas, y espumándolo, algunas verdurillas (ajos, zanahorias sin pelar, un tomate maduro, por supuesto con piel, la parte verde de dos puerros y dos cebolletas). En poquito aceite o mantequilla, si prefiere un bouquet anglosajón,  que hoy está el día para estrenar pelliza, gorro, guantes, gorro o boina, como prefiera, y hasta paraguas. Rehogue inicialmente ajos, como tres dientes, ahora sí pelados y picaditos, más la parte blanca de los puerros y cebolletas. Cuando las verduras pierdan la vergüenza, agregue, bien lavaditas y escurridas, las galeras (primitivo cangrejo que tiene los ojos en la cola, como aquellos que se pasan todo el día mirándosela) y rehóguelas durante algunos minutillos antes de mitigar su sofocón con un buen chorro de vermut blanco. Casi de inmediato, agregue el fumet coladito y también un puñado de arroz que contribuirá a ligar el conjunto. Tras una hora de cocción, tritúrelo intensamente con la túrmix y compruebe la sazón, añadiendo antes de colarlo definitivamente pimienta directamente del molinillo y poquita nuez moscada. 

Ya en las grandes tazas expanda sobre la crema un Feitó, (amplia mancha), de nata líquida y media docenita de gambas blancas, peladitas y salteadas, por cabeza. ¿Un poco de cebollino picadito? Por mí, hace. Dicho sea con la concisión de don Camilo, ese Nobel gallego que, al parecer, hoy se le presta escaso interés como a su paisano e ilustre gastrónomo Alvaro Cunquiero. 

Ah, se me olvidaba, que las pieles y cabezas de las gambas, pueden, deben también rehogarse junto a sus primas las galeras”. Y después de pagar los siete cincuenta euros estipulados, me tomó del brazo, me invitó a un tercio de esa espumosa Estrella de Levante. Nos la tomamos, echamos unas risas y nos separamos cada uno a nuestras casas y es que rugía el Leveche. Vale.


Fotos y texto de La Medusa Paca. Copyright ©

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