Paisajes manchegos desde el tren
Paisajes manchegos desde el tren
“Pardas tierras de vides,
tierras secas,
de horizontes desnudos y agrias sierras,
esquilmadas tierras de sol y brega,
engendradoras de hijos y penas.
Soñaron a ser Mancha y a ser Vega,
¡ay!, y se quedaron en eso: en tierras
paridoras, dolidas, tristes, hambrientas...” (Francisco Sánchez Bautista, Tierras de sol y de angustia)
de horizontes desnudos y agrias sierras,
esquilmadas tierras de sol y brega,
engendradoras de hijos y penas.
Soñaron a ser Mancha y a ser Vega,
¡ay!, y se quedaron en eso: en tierras
paridoras, dolidas, tristes, hambrientas...” (Francisco Sánchez Bautista, Tierras de sol y de angustia)
El tren va a su tran-tran y floran a mis labios estos
versos del poeta cartero y, tras la ventanilla, aparecen en contemplación,
campos llanos de inmensidad verdosa, cepas plantadas en cuadro antiguo, olivos
esparcidos, alguna encina solitaria colocada o conservada, nunca se sabe, en
medio de la viña o el sembrado. Pinares sueltos invitando al reposo en días de
labriego sofoco. Casillas encaladas con cenefa de azulete en la orilla de la
viña. Tinajas que ayer contuvieron vino y hoy son servidumbre empapada de agua
esperando el milagro de la conversión. Y allí, a lo lejos un pueblecito
encalado esperando a Dulcinea. Y una acacia, y una estación, y un viajero
embozado y es que el frío obliga. Y depósitos de vino de aceite o de alcohol a
la intemperie. Y tierras rojas y un almendro, el único, florecido y ya
cambiando a fruto. Y viñedos en espaldera y en cuadro moderno. Y un campo
amarillento de girasoles, que por la hora que es, miran al sol. Y planchas como
parrillas mirando en la misma dirección que el girasol. Cuatro algodonosas
nubes mitigando el sol de primavera. Y una especie de costillar de acero
lanzando agua que el sembrado agradece .Y montones de paja desgranada. Y guijarros
de limpieza amontonados. Y un castillo, el de Chinchilla de Monte Aragón con
palomas vigilantes de esa ferroviaria estación ruinosa al abrigo de los vientos
marinos que soplan de cerca. Y tres álamos blancos a la orilla de la salitrosa
balsa. Y de nuevo la choza derruida. Y el trigal verdoso recién enraizado. Y el
sueño soporoso de la tarde. Y el tren que sigue su camino. Y elevaciones de
tierra, semejando salitre o arena, y lagunas sin ánades y un alcázar, que lo
llaman de San Juan. Y un campesino encorvado e inclinado tratando de esponjar
esa tierra apelmazada por los hielos. Y La Roda y Albacete. Y corralizas y
lugares por donde ahora corre el pollo perdiz y donde la liebre se encama, y es
que esto, por donde anda el viajero, es sitio de caza. Y la vías que hasta aquí
han ido dobles y paralelas, aquí al llegar a los antiguos silos, he contado hasta
tres, y en la estación derruida y siniestra con tejado que más parece un
palomar que salva aguas se separan y ya es solo una y accidentada. Y al llegar
Pozo Cañada la orografía se transforma y aparecen los montes al fondo, grandes
labrantíos y hasta el suelo se convierte quebradizo, arisco y secarral con
tomazas y encinares y diminutas, como de cuento, casas de labor y algún molino
de viento de los de tiempos de Sancho como perdido, mezclado con eso que ahora
llaman aerogeneradores de tres aspas. Y a partir de aquí, “A este paisaje recio, el
hombre arranca/su mermada cosecha, día a día”, carrizales y grandes veredas y frutales en flor y espartales y chumberas, y
pitas y almendros sin florecer. Pero eso será otro día. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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