martes, 1 de enero de 2013 in

Enero es la totovía aflautando y el zorro tauteando



Enero es la totovía aflautando y el zorro tauteando


Cuentan que era el mes dedicado a Jano: deidad de dos caras. Enero, IANUARIUS, señala el paso de un año a otro.
En las representaciones menológicas, enero es un hombre de dos cabezas, con una llave en cada mano. El autor del  "Libro de Alexandre" debía de tener ante sí una estampa parecida al escribir:

"Estaba don Ianero a dos partes catando,
                                    Cercado de cecinas, cepas acarreando,
          Tenía gruesas gallinas, estábalas asando,
     estaba de la percha las longanizas tirando".

Enero es así: En él todo está tan limpio, tan lavado, tan recién vestidas las tierras y sierras. Todo iniciándose. La tierra estrenándose. No hay apenas planta de hombre ni huella de animal, sólo aquí y allá aparece el aire turbado por la candela de algún talador. Ni apenas pájaros. Alguna avefría silenciosa, alguna primilla a lo suyo y algún gorrión abrigándose entre la teinada. Dos lentos grajos y una banda de cogujadas intentando levantar el vuelo sobre la tierra nevada. Todo está quieto. Los caminos perdidos hacen más solo el campo con su rumor.


En enero, aunque parezca una paradoja, hay nevadas sin invierno. En los pinares de Yerga y encinares comuneros que rodean “las catorce suertes” he visto al sol lucir en un cielo azul, al mismo tiempo que se desataba, bajo las copas de los pinos, encinas y coscojos una segunda borrasca en miniatura. He visto a la nieve de la nevada anterior acumulada fundirse y volver a caer hasta el suelo en forma de intensas y efímeras precipitaciones al tiempo que ráfagas borrascosas barrían las alturas montañosas de “Los cerrillo”, “La nevera” al tiempo que parecían venir para quedarse.
Y he sentido muchas veces, por detrás de estos murmullos, reinar el silencio. Y he oído, a pesar de la nieve, arrancarse a cantar algún que otro pájaro forestal que debería estar callado, pasando frío, al menos un par de meses más. Y he visto a un mirlo martillear insistentemente y a un carbonero común, a un escribano soteño y a un pinzón, fácilmente observables, como dejaban oír su canto desganado.
Y muchos eneros o algunos he visto bajo las copas, bajo el sol, como seguía nevando la nieve ya caída. Y ahora que el bosque está tranquilo esperando la llegada real del invierno, me detengo en el encinar, en el Carrascal de Villarroya, deseando contemplar esa carrasca,  ejemplar por su tamaño, y tomarle las medidas antes que como dijo Antonio Machado:  
“la derribe, con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino”




Fotos y texto de La Medusa Paca. Copyright ©

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